martes, 18 de enero de 2011

Body of you


—¿Me amas?
Escuché su voz que, entre ondas tornasoladas buscaba con ternura la mía. Terciopelo suave, deslizándose sobre el dorso de mi mano izquierda. Lo que veía era difuso. Vapor. Y gotas de rocío sobre vidrio. Mis dedos entumecidos dibujan armonías en el aire intentando distraerle. Respiré profundo para finalmente responder con ingenuidad:
—¿Qué quieres decir? —El pobre, aún más asustado que yo, resopló. Mirando a sus pies mientras sus dedos jugaban nerviosos en el borde de la mesa.
—¿Sientes algo por mí? Más allá de... —Me miró, buscando un poco de esperanza en mis ojos entrecerrados a causa del vodka barato—. No sé, más que esto.
El chico realmente comenzaba a asustarme. Lo más aterrador de toda esa escena era que él sí estaba sobrio. Me subí al sofá, a su lado, dejando la fría comodidad del suelo.
—Sí. Supongo —Fue lo único que pude decir. Aunque en realidad sí sentía algo de lo que él mencionaba. Siempre lo había sentido. Y juro que la combinación de alcohol y anticonvulsivos, no había afectado en gran medida a mi juicio. Él solo miraba por la ventana hacia la calle, esperando algo más de mí. Parecía impaciente. Molesto—. ¿Quieres un poco?
Miró la botella y negó con la cabeza.
—¿Estás ebrio? —Preguntó después de ver como casi dejaba caer la botella.
—...no lo sé. Un poco, no sé... —Contesté y tratando de amenizar el momento le sonreí. Sonreí de verdad. Mostrándole al mundo que yo también podía ser sincero.
—No te entiendo —Comentó con seriedad. E inmune a mi sonrisa—. Trato. Trato de hacerlo, de poder entender y no puedo.
Mi sonrisa se esfumó por completo y recordé lo que había sucedido la noche anterior. Le miré fijamente y él mantuvo mi mirada.
—¿La recuerdas? —Pregunté temeroso. Él me miró con molestia y tratando de evitar su repentina incomodidad, agregué:
—Porque yo no.. Solo puedo recordar lo que hicimos, pero a ella no puedo recordarla. Nada, ni su voz, sus manos, su rostro... Todo parec...
—No tenía rostro —Me dijo mientras observaba el fondo de la habitación. No me sorprendieron sus palabras. Le creía ciegamente. Además yo no recordaba nada. Y cualquier posibilidad parecía ser creíble.
—Está aquí, ¿verdad? —Pregunté siguiendo su mirada puesta sobre una vieja silla arrumbada en una esquina.
—Sí —Continuaba observando la silla. Parpadeó y me observó a mí—. Está a tu lado.
Instantáneamente recordé el olor a humedad que devoraba al aire. Y entonces, aparecieron...

Los árboles bajaron del techo, descendiendo y entrelazando sus ramas. Soltando un aroma intenso a corteza. Las hojas tapizaban las paredes, creando cadenas y tramas en diferentes tonos de verde. Un fuerte zumbido se escuchó a lo lejos. Un canto de alguna especie de ave mecánica. Parecía acercarse. Inclusive su aleteo metálico era audible.
De las ramas bajaban arañas y aquellas extrañas criaturas. Hombres marsupiales. Que aullaban mientras se balanceaban en las ramas. Con sus garras rascaban la corteza de los troncos. Las masticaban y después las arrojaban al centro de la habitación.
El pájaro de metal bajó hasta la ventana. Sus plumas con herrumbre chirriaban al frotarse entre ellas. Observaba a los homínidos columpiarse, con sus enormes ojos turquesa. Esperando su llegada. Todos la esperábamos.
El polvo llegaba en ligeras oleadas al centro de la alcoba. Y en su lento trayecto al suelo pude distinguirla. Partículas de polvo, formaban su figura. Y la luz se encargaba de brindarle matices y hacerme creer que poseía cuerpo. Todos nos percatamos de las formaciones que se hacían en el polvo. El ave canturreaba tímidamente, dándole un tranquila bienvenida. Los seres marsupiales hacían reverencias de respeto al ser que se formaba. En las paredes crecían flores que morían al instante y caían con elegancia deshojándose en el aire.
Y ahí en el centro, el polvo la había traído. Ahora la recordaba: Su cabello de algas, su piel brillante y fría con un reflejo azulado. Y su rostro sin facciones. Solo ese extraño signo que parecía haber sido grabado en su piel. Un corte, una hendidura vertical que emanaba fuerza y dejaba escapar pequeños gorriones que eran devorados por esa misma marca.
No advertí lo cerca que se encontraba de mí, hasta que sus dedos tocaron mis ojos. Lo que me obligó a cerrarlos. Y a esperar la muerte.
En mi espera, (él) me besó con lentitud y cadencia. Abrí los ojos y pude verlo por última vez. Besándome y viviendo eternamente. Todo lo que se encontraba a nuestro alrededor parecía succionado por un gran ser machacador de bayas. Las auroras vomitaban arrecifes de coral. Y los peces, flotaban entre nosotros.
—Para siempre —Me dijo y cerró, para siempre, mis ojos.
El calor se fue y con este, la sensación de estar viviendo. Mis ojos se abrieron y la luz del exterior me deslumbraba. El bosque parecía abrigarme. Las rocas me miraban y yo les temía. Y solo el murmullo del río guiaba lo que quedaba de mis pasos.


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Regurgitaciones